El último que apague la luz
Los ejemplos de los votantes gallegos que se sienten víctimas de un timo urdido por los delegados territoriales del fraude de los Iglesias, los Echeniques y otros zascandiles se cuentan por centenares entre quienes sufren en sus carnes los estropicios de En Marea. Al respecto, crece a diario la lista de damnificados en Santiago, A Coruña y Ferrol, ciudades cuyos habitantes han aprendido (y sin el alivio de la anestesia) los efectos devastadores de las termitas populistas, una vez que se apropian de las instituciones y las convierten en instrumento para la voladura transversal y las revanchas personales.
El caso de la ciudad de Lugo, donde el banderín de enganche optó por el alias localista de Lugonovo, resulta especialmente curioso, porque aquí los frustrados no son los votantes de la marca, irrelevantes en peso y cantidad, sino sus representantes municipales. De los tres concejales que en mayo de 2015 el recuento de votos atribuyó a la representación lugonovista dos de ellos han optado por el «ahí te quedas» y el dedo corazón tieso. Entre ellos, su cabeza de lista y portavoz, cansado, al parecer, de resistirse a las instrucciones excretadas desde Madrid: ningún pacto, ni siquiera cuando beneficie a la ciudad. Balance: de tres concejales, dos deserciones. O sea que, en este momento, el proyecto de estos chicos se limita a la conocida consigna de «el último, que apague la luz».
En resumidas cuentas: en Galicia, los vendedores ambulantes del crecepelo podemita han sido capaces de combinar el fraude con la ineficacia, y los insultos con la incapacidad. Un mérito indiscutible.
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